ORLANDO

hoy hace 13 años que murió mi madre.

Pensaba escribir una entrada para recordarla, pero hoy sólo puedo pensar en otras madres.

Esta:

Mother of Potential Orlando Nightclub Shooting Victim Searches for Answers

o esta otra:

Mensaje de una de las víctimas de Orlando a su madre: “Viene, voy a morir”

Hoy hace 13 años que murió mi madre y, de seguir viva, ella podría ser una de esas madres, yo podría ser una de las victimas, y el atentado podría haber sido en Madrid.

Creo que no hace falta decir cómo me siento de indignado, triste y horrorizado por todo lo que pasó anoche en Orlando.

Ayer volví a casa de un fin de semana en Bilbao con David. Después de cenar y vaguear un poco me fui a la cama y no podía parar de darle vueltas.

Este es un acto de terrorismo homofóbico, sin ningún tipo de adorno que pueda quitarle gravedad. Por mucho que se empeñen en decir que ha sido un acto terrorista y punto,  y querer quitarle ese agravio. Se trata de un delito de odio. ¿Cómo habría abordado la situación la prensa si el atentado hubiese sido en una sinagoga, por ejemplo?

Y la gente aparta la mirada porque estamos lamentablemente educados de esta manera. Ayer, leía este tweet de Alberto Garzón:

Y entonces, asumí que, efectivamente, podría ser mi madre quien llora y yo quién murió, porque todo esto lo tenemos mamado desde pequeños.

Ese tipo que entró a la discoteca con un rifle y una pistola es todos y cada uno de los subnormales que me escupían en el instituto llamándome maricón. Y los profesores que lo permitían. Todos y cada uno de los niños del parque que no me dejaban jugar con ellos porque jugaba también con las niñas a la comba. Todos y cada uno de los compis de clase que, aunque no me atacaban, sonreían socarronamente y miraban a otro lado cuando me llamaban maricón en clase. Todas y cada una de las personas que votan a partidos políticos que prohíben conciertos anti-monarquicos pero que autorizan una manifestación neonazi en pleno centro de Madrid, que dicen que abogan por la igualdad pero atacan los derechos civiles del colectivo gay. Todos y cada uno de los que dicen que no necesitamos Día del Orgullo Gay porque todo está fenomenal y no podemos quejarnos. Todos los que dicen que les parece fenomenal que nos casemos, pero que no lo llamen matrimonio. Todos y cada uno de los gays que atacan a otros gays por ser afeminados, tener pluma, ser gordos, estar calvos, o tener la polla pequeña; que ocultan a sus parejas en las comidas, cenas, celebraciones familiares para evitar estar incómodos, o que abogan por por vivir escondidos en aras de la «discreción».

No pude evitar acabar llorando porque seguimos siendo ciudadanos de segunda, tenemos que seguir soportando que se nos pisotee y teniendo que pedir permiso para ser nosotros mismos.

El Orgullo Gay es necesario cuando en 76 países ser homosexual sigue siendo ilegal y en 10 de ellos, condenado con pena de muerte. Sigue siéndolo cuando después de lo que ha ocurrido, haya un hashtag circulando tan bonito como #matargaysnoesdelito y nadie lo persiga, como lo que es, un acto de terrorismo y odio.  ¿De veras estamos en un país/mundo en el que te multan por llevar una camiseta con las letras A.C.A.B o te persiguen por twittear contra la corona y esta gente se queda impune?

El Orgullo Gay es necesario cuando tengo que mirar con lupa a qué países puedo ir de vacaciones sin miedo a acabar siendo detenido o ejecutado. Es necesario cuando beso a mi pareja en público y sigo sintiendo ojos clavados en mi nuca. Es necesario cuando voy con un hombre de la mano por la calle y tengo que aguantar miradas y sonrisas socarronas. Es necesario cuando se producen agresiones homófobas todas las semanas que pasan impunes. Es necesario cuando niños de 12 años acaban optando por suicidarse por no aguantar el infierno que es ir cada día al colegio.

Y el Orgullo Gay se celebra 365 días al año. 365 días de batalla y de coraje por la igualdad, el respeto y la visibilidad. Siempre he dicho y diré que me siento privilegiado por ser gay. Por muchos motivos, y uno de ellos es nuestra capacidad como colectivo para reivindicar celebrando. Pero reivindicar celebrando un día al año, no es reivindicar nada.

Una discoteca gay es un lugar de protección,  donde se celebra la diversidad, entendimiento, amor y fraternidad, donde los chicos y chicas homosexuales pueden sentirse seguros, evitar todo malestar. Donde pueden ser ellos mismos sin sentir miradas, juicios, violencia, exclusión…

Es horrible, de veras.

Lamentablemente no estoy viendo miles de banderas gays en Facebook, al igual que pasó con Bruselas o París. No estoy escuchando conversaciones de gente alucinada por lo ocurrido, no estoy viendo hashtags solidarios. Por supuesto que mucha gente está mostrando todo su dolor por lo ocurrido y su solidaridad, pero 50 personas han muerto fruto del odio de una persona y no estoy viendo el diluvio solidario que sí hubo en esos atentados. Atentados contra personas inocentes, del países occidentales libres, exactamente igual que el atentado de ayer. Excepto porque las víctimas de ayer eran homosexuales.

Hoy sólo una persona se me ha acercado en la oficina a preguntarme cómo me siento y no he escuchando ningún comentario al respecto, como sí pasó con París y Bruselas.

Estamos educados en un sistema en el que a los homosexuales no se nos considera ciudadanos de derecho pleno y que prefiere mirar a otro lado antes que aceptar esa realidad. Seguimos siendo incómodos y todo lo que se sale de la zona de confort del heteropatriarcado es ignorado, contenido o atacado directamente.

Mi madre murió hace 13 años, y ayer podría haber visto a su hijo ser asesinado simplemente por amar.

Ayer 50 personas murieron y muchos somos responsables en parte de lo que ocurrió. Podemos actuar de una vez por todas, meditar cada uno de nuestros actos y asumir que todo lo que hacemos tiene consecuencias y que es nuestro deber educar cada día a todos los que nos rodean.

O podemos seguir mirando hacia otro lado.

 

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